jueves, 18 de octubre de 2012

EL INICIO DE UNA HISTORIA...

   Tras un año de idas y venidas al digestivo, sin síntomas de ningún tipo, y con analíticas que no aclaraban mucho como única referencia, el especialista decidió que me hicieran una ecografía abdominal. Viendo que este último resultado era normal pero las analíticas seguían alteradas, el doctor pensó que era momento de practicarme una biopsia hepática para descartar que se tratara de una hepatitis autoinmune; que para los que no sepan muy bien de qué se trata, el sistema inmunitario ataca al hígado de su propio organismo como si fuera un cuerpo extraño, con el consecuente riesgo de provocar una cirrosis o algo peor.
   El resultado de la biopsia fue negativo. Sólo destacaba una leve esteatosis (un poco de grasa en el hígado) pero nada significativo. Ya podéis imaginaros mi alegría.

   Después de ésto, durante el siguiente año, no hubo muchas novedades. Más analíticas y ecografía de nuevo, sólo que ahora el médico digestivo era otro diferente ( y con éste ya iban 3). Y siempre con la sombra de la enfermedad acechando.

   Teniendo en cuenta que estamos hablando de un problema hepático, las únicas recomendaciones del médico (recomendaciones que a día de hoy sigo sin entender muy bien, y no por incorrectas sino por escasas) eran que no bebiera alcohol, y que evitara tomar medicamentos, sobre todo paracetamol e ibuprofeno, para no perjudicar más a mi hígado. Pero curiosamente nunca me habló de la alimentación a pesar de mis preguntas.
   Dejando a un lado los resultados negativos de las pruebas a excepción de las analíticas, que incluso habían mejorado un poquito, este doctor me "aseguró" que mi problema era la citada hepatitis autoinmune, cosa que me sorprendió, puesto que ni a mí, ni a mi marido (que nunca ha dejado de acompañarme a ninguna visita médica) nos parecía algo tan claro a razón de todo lo vivido hasta entonces. Pero claro está, ellos son los médicos. Su explicación: que yo me encontraba en estado plano, donde la enfermedad no me había afectado, pero que había que contener para evitar males mayores. ¿Y cómo? Pues con corticoesteroides e inmunosupresores de por vida por tratarse de una enfermdad crónica. Mismo tratamiento de pacientes con transplantes de órganos, y cuyas  consecuencias serían, entre otras, problemas de tensión, diabetes, falta de calcio, problemas de estómago, vellosidad, engordar, correr el riesgo de coger cualquier infección o contagio debido a la disminución de las defensas,etc... En fin, un panorama bastante "alentador". Además, había que sumar la decisión de tener o no más hijos. Ante nuestras caras, el médico nos dio de nuevo 6 meses para que nos lo pensáramos... tiempo de margen en el que empezaron a cambiar algunas cosas... Continuará...

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